miércoles, 20 de marzo de 2013

Siglo XVII: los clásicos y la estética barroca. La República literaria (tercera parte y final)

Terminamos el siglo XVII con las obras en prosa. Comenzamos por El Buscón de Quevedo, del que vamos a revisar las fuentes plautinas y erasmianas que subyacen bajo la figura del terrible avaro. Baltasar Gracián y la agudeza de sus conceptos nos llevan hasta autores latinos tan queridos por la estética barroca como los hispanos Séneca y Marcial. Finalmente, de la mano del gramático Varrón, recorreremos la República literaria de Saavedra Fajardo, lugar poblado por los mejores genios. La barroca Biblioteca Palafoxiana de Puebla (México) puede ilustrar esta atmósfera ideal de la cultura. POR FRANCISCO GARCIA JURADO
Quevedo: fuentes plautinas y erasmianas de El Buscón

En su artículo titulado “Fuentes clásicas y erasmianas del episodio del dómine Cabra”, Vilanova (1980, pp. 355-388) muestra la influencia que sobre la conformación de la figura del dómine Cabra tienen, por un lado, los avaros Euclión, de la Aulularia de Plauto y Milón, del Asno de Oro de Apuleyo. En cuanto a la descripción de la casa del dómine y el estado en que tiene a sus pupilos destaca la influencia del Guzmán de Alfarache (Segunda Parte, Lib. III. Cap. IV) y la obra de Erasmo, Opulentia Sordida. Por último, en la Ictiofagia de Erasmo se describe con mayor énfasis la crueldad inflexible y bárbara de los maestros de su época, que Quevedo también tuvo en cuenta para configurar el carácter de su dómine.

“Entramos, el primer domingo después de Cuaresma, en poder del hambre viva, porque tal lacería no admite encarecimiento. Él era un clérigo cervatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que decir para quien sabe el refrán), los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que de pura hambre parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer forzada de la necesidad, los brazos secos, las manos como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo, parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas. Su andar muy espacioso; si se descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética; la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver la mano del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos en caspa. La sotana, según decían algunos era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía ni cuellos ni puños. Parecía, con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba para un filisteo. Pues su aposento, aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado para no gastar las sábanas. Al fin, él era archipobre y protomiseria.” (Francisco de Quevedo, La vida del Buscón llamado Don Pablos. Edición de Domingo Ynduráin. Texto fijado por Fernando Lázaro Carreter, Madrid, Cátedra, 1996, pp. 115-117)

Francisco García Jurado y Javier Espino Martín, Dómines y pedantes. Enseñar latín en la literatura española

Construcción de un personaje literario. El profesor de latín en la literatura española: http://www.slideshare.net/nochesaticas/el-profesor-de-latn-en-la-literatura-espaola-2540877

Gracián, Séneca y Marcial

Las reflexiones sobre la agudeza del ingenio, tan queridas por autores del XVII de tradición senequista, como Gracián (Séneca, De tranquilitate animi 1,15):

“DISCURSO LXIII LAS CUATRO CAUSAS DE LA AGUDEZA

La cognición de un sujeto por sus causas, es cognición perfecta; cuatro se le hallan a la agudeza, que cuadran su perfección: el ingenio, la materia, el ejemplo y el arte. Es el ingenio la principal, como la eficiente; todas sin él no bastan, y el basta sin todas; ayudado de las demás, intenta excesos y consigue prodigios, mucho mejor si fuese inventivo y fecundo; es perenne y manantial de conceptos y un continuo mineral de sutilezas. Dicen que naturaleza hurtó al juicio todo lo que aventajó al ingenio, en que se funda aquella paradoja de Séneca, que todo ingenio grande tiene un grado de demencia” (Gracián, Agudeza y Arte del ingenio II, Madrid 2001: 253-4)

Curiosa pervivencia de la agudeza en Edgar Alan Poe:

NIHIL SAPIENTIAE ODIOSIVS ACVMINE NIMIO (Séneca-Poe)
http://lectoresaudaces.blogspot.com.es/2009/01/edgar-allan-poe-y-el-latin-segunda.html

Un poema de marcial como apoyo conceptual.
http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/p297/12593061990149396310846/ima0024.htm

Cultura
Érase una vez... el sentido común
Marc Fumaroli discurre de Montaigne a La Fontaine en «La diplomacia del ingenio», que reúne dieciséis ensayos
SERGI DORIA / BARCELONA
ABC Día 23/05/20110 Comentarios¿Qué conecta a los españoles Séneca, Quevedo, Gracián y Cervantes con los franceses Molière, Montaigne, La Fontaine y Perrault? Ingenio y sentido común. En «La diplomacia del ingenio» (Acantilado), Marc Fumaroli marca un siglo en el calendario. El XVII. Y un año: 1642, cuando Baltasar Gracián publica «Agudeza y arte de ingenio». El jesuita aragonés, apunta el catedrático de La Sorbona, «da un postrer brillo a la poética de la prosa de arte española, como si esa afirmación simbólica respondiera, en el plano del ingenio, a la derrota en el plano de las armas». El arte del ingenio que postula Gracián se parecería a la tauromaquia porque, añade Fumaroli, «se cifra totalmente en el estilo y acepta la muerte en pago del más mínimo error, el menor retraso, la menor superfluidad... Un método retórico que se superpone a todos los géneros literarios, en prosa o verso». Si acudimos al símil futbolístico, en la liga de la palabra compiten tres selecciones que aspiran al trofeo del refinamiento: España, Francia e Italia.
El ingenio como hegemonía imperial evolucionará en diplomacia de la conversación. La diplomacia del ingenio alumbra los géneros literarios más actuales. A la novela se añade el ensayo, las memorias, la literatura epistolar, el pensamiento aforístico. Una nueva prosa que no se limita al círculo de iniciados, subraya Fumaroli, apela al sentido común: «Entre el ingenio y el vulgar sentido común, que sigue ciegamente la opinión, se extiende el fértil dominio del sentido común en su acepción ciceroniana». Un espacio que comunica la alta cultura con la popular. El modelo es Montaigne: aúna ingenio y sabiduría civil para consolarse de un mundo violento. Aislado en su torre intenta «amansar las fieras que han provocado las guerras de religión y las guerras dinásticas». Definitivamente moderno, Montaigne elude formalismos cortesanos para explayarse «en la confidencia del alma y la libre sinceridad». En los «Ensayos», Fumaroli detecta un «estilo de la libertad» que huye de la cultura institucional y «su retórica de aparato». Un estilo deudor de Séneca, donde «la humildad es sólo aparente, o más bien una extrema ironía». Asoma el sujeto privado: su discurso civil prefigura los derechos humanos.
Clasicismo francés
En treinta años, el autor de «El Estado Cultural» ha estirado el hilo conductor del clasicismo francés: los dieciséis ensayos de «La diplomacia del ingenio» demuestran la conexión entre el teatro de Molière, Corneille, Marivaux y Beumarchais; el arte de la conversación, las novelas epistolares o dialogadas, el protagonismo literario de la mujer, el «Discurso del método» de Descartes, los primeros tratamientos de la melancolía, «enfermedad del amor» que Cervantes disecciona en «El curioso impertinente» y los cuentos infantiles.
Publicada en 1605, la «nouvelle» cervantina despertó tanto interés en Francia, explica Fumaroli, que vio la luz un año después, en 1606, «en edición bilingüe, antes incluso de traducirse el Quijote...» Basándose en el «Orlando furioso», Cervantes concilia «la risueña ironía de Ariosto con la compasión identificadora de las novelas de caballerías». El «Curioso» inspirará tragedias de la Inglaterra jacobina, la princesa de Clèves de madame de La Fayette y al Corneille que mira a España adaptando a Guillén de Castro en su obra «El Cid».
Centrada en el sentido común, la «diplomacia del ingenio» atraviesa las fábulas y cuentos: el disco duro de nuestra primera memoria. «Coach» avant la lettre, La Fontaine nos ayuda a salir bien parados de los lances sociales con sus cuervos, ranas, liebres y zorras inquietantemente humanos. Perrault tamiza con sentido común los cuentos crueles del aprendizaje vital: de Caperucita Roja a Cenicienta, pasando por la Bella Durmiente, el Gato con Botas, las hadas, Barba azul y Piel de asno. Bajo la máscara «infantil» de un mero transmisor de los cuentos de la abuela, concluye Fumaroli, «Perrault estaba confiriendo a la lengua clásica, purificada para adaptarla al delicado oído de las damas de la alta sociedad, la inocencia de un mito de origen y la infancia». La alquimia de las palabras. El arte supremo de contar: «Érase una vez...»

Saavedra Fajardo y la República literaria

Sobre Saavedra Fajardo es pertinente escuchar esta conferencia del profesor Fernando Bouza: http://www.march.es/conferencias/anteriores/voz.aspx?id=1546

La metáfora, más bien la alegoría del lugar imaginario donde habitan los autores, que es recorrido y narrado asimismo por un autor, ha tenido un gran desarrollo en la literatura. De manera particular, la imagen ideal de una ciudad de literatos, que en su versión latina se enuncia como Res Publica Litterarum, si bien es una formulación propiamente humanista, está estrechamente unida al género del somnium, que hunde sus raíces (Seguimos en estas líneas la excelente introducción de García López a la República literaria de Diego Saavedra Fajardo (García López 2006, pp. 16-24)) en obras tales como la República de Platón o el Somnium Scipionis ciceroniano, que se inspira en la anterior. No debe olvidarse tampoco la sátira lucianesca, o el modelo del descenso al infierno que tiene lugar en el libro VI de la Eneida. El humanismo del siglo XVI confiere forma propia a este tipo de viajes literarios por una república ideal. A ello han contribuido obras como el comentario de Vives al Somnium Scipionis o el propio Somnium de Justo Lipsio, concebido como una sátira menipea, género también de gran arraigo en la Antigüedad (Varrón) que será muy productivo en los tiempos modernos. En la literatura española la República literaria por excelencia es la descrita por Saavedra Fajardo en dos redacciones diferentes, hace poco editadas conjuntamente por García López.
Una de las fuentes de la república literaria que describe Saavedra Fajardo está en una interesante obra de Vives, la que lleva el título de El templo de las leyes, donde el autor, que pretende acceder al recinto donde están las leyes, se encuentra con un portero que habla en latín arcaico:

"Admiraba yo la novedad de estas cosas tan sabrosas y divertidas, pero cuando quise subir más arriba y mirarlo todo, topé con un portero cargado de años que estaba luchando con una multitud de hombres a los que impedía entrar. Era éste un hombre de gran antigüedad y majestad venerable, pero tenía algo de rancio y olía un poco mal." (Vives 1988, p. 166)

Es importante señalar la función de este verdadero obstáculo a la hora de acceder al recinto sagrado del saber, pues luego lo encontraremos reflejado en los gramáticos que son guardianes de la república en Saavedra Fajardo. La obra de Saavedra Fajardo es una alegoría en la que el autor recrea una ciudad formada por escritores y eruditos. En ella, gramáticos y críticos –la forma que tiene Saavedra Fajardo de denominar a los humanistas- desempeñan un papel relevante, puesto que son la base de la sociedad de la república. Precisamente, en la segunda versión que Saavedra Fajardo preparó de su obra elige a Marco Varrón como guía para recorrer la república de los literatos:

"Halleme a la vista de una ciudad cuyos capiteles de plata y oro bruñido deslumbraban la vista y se levantaban a comunicarse con el cielo. Su hermosura encendió en mí un gran deseo de verla y ofreciéndose entonces delante de mí un hombre anciano que se encaminaba a ella, le alcancé, y trabando con él conversación, supe que llamaba Marco Varrón, de cuyos estudios y erudición en todas materias, profanas y sagradas, tenía yo muchas noticias por testimonio de Cicerón y de otros. Y preguntándole yo qué ciudad era aquella me dijo con agrado y cortesía que era la República Literaria, ofreciéndose a mostrarme lo más curioso della. Aceté la compañía y la oferta, y fuimos caminando en buena conversación." (Saavedra Fajardo 2006, pp. 195-196)

FRANCISCO GARCÍA JURADO
TÍTULO: “Los clásicos en la república literaria”REF. M. García de Iturrospe (ed.), Antiguos y modernos. Presencias clásicas, de la antigüedad al siglo XXI, Vitoria, Universidad del País Vasco, 2009, 147-157

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